lunes, 15 de septiembre de 2008

Julio Schiappa Pietra: Transgénicos versus orgánicos

El debate sobre los alimentos transgénicos tiene que ver con el patrimonio natural del Perú, pero también con la integración del país al circuito de la modernidad global para impulsar la agricultura en zonas desérticas y deforestadas. No olvidemos que el espectro de Brasil, que cambió extensas zonas de su Amazonía por soya, planea por encima de los cerebros de todos los tomadores de decisión como ejemplo negativo de los excesos de la revolución verde y la globalización.
La agricultura orgánica es tamaño médium, con 300 mil hectáreas sobre un total de 1'750,000 que son sembradas en el Perú. Se exporta más del 90% de los productos orgánicos. Su evolución y potencial es evidente: en el año 2000 eran solamente US$ 30 millones lo que exportábamos, US$ 160 millones en el 2007 y US$ 250 millones lo proyectado para el 2008. En un quinquenio el Perú podría exportar US$ 1,000 millones en orgánicos si se invirtieran sumas bastante modestas para certificar a los productores, apoyar los estándares de producción y facilitar la exportación.
La experiencia de Sierra Exportadora demuestra que en tres años la vida de un campesino se transforma con el riego por goteo y este puede llegar a como mínimo unos US$ 300 dólares mensuales de ingresos. La agricultura orgánica permite cerrar el círculo virtuoso al permitirle exportar a mediano plazo, a condición de que logre la certificación, que es el diploma para ingresar al mercado internacional. Con solo 10 millones de dólares podríamos certificar a unas 5,000 comunidades campesinas y dar un salto cualitativo en sus vidas, según cifras de la RAE (Red de Agricultura Ecológica peruana). Inversión mínima, grandes resultados.
Una debilidad estructural de la agricultura orgánica en el país es el bajo consumo interno: más del 90% de lo que se produce es rápidamente exportado a los mercados de todo el mundo. Además, el 75% de lo producido y exportado es café orgánico certificado. Solo se vende un millón de dólares anuales de alimentos orgánicos en el mercado nacional, lo cual demuestra que la agricultura orgánica tiene que crecer varios años más para poder convertirse en una real alternativa de producción de alimentos para el consumo interno. Lo orgánico, debidamente certificado es, además, un alimento de mayor costo que no es accesible al bolsillo popular. Por ello las experiencias de mercados ecológicos están concentradas en barrios altos y medios de las principales ciudades del país.
El debate sobre transgénicos pone en el centro de la atención de los peruanos un tema decisivo: la protección del patrimonio genético del país. Y ese patrimonio es el que nos ha permitido sextuplicar nuestras exportaciones de alimentos orgánicos en ocho años. El carácter de este patrimonio es claro en el caso de productos andinos como la papa de Huancavelica, que tiene mayor valor comercial que el tubérculo transgénico de Huaral.
Un caso diferente es la lúcuma, que es requerida en enormes cantidades desde todo el mundo, pero que no se cultiva en suficiente volumen para abastecer la demanda para helados y dulces. ¿Puede acelerarse el lento proceso de crecimiento del lúcumo con su modificación genética, para generar cultivos masivos de este producto en nuevas chacras ubicadas en desiertos regados por goteo? ¿Puede hacerse lo mismo con la palta para mejorar su rendimiento en todo el país? Incluso si se pudiera, lo cierto es que la demanda es por lúcuma y palta orgánicas, no por una versión Hulk de estos productos. Millones de dólares y millones de genes están en juego.
Durante decenios los ingenieros agrónomos del Perú han hecho variaciones a las leyes de la vida creando nuevas variedades de plantas y animales, mejorando las especies para darles mayor calidad o resistencia. Nada diferencia estos procesos de la mutación de genes que se producen en semillas que químicamente son iguales a las originales. El problema es que desconocemos el riesgo que pueden tener los alimentos y productos transgénicos.
Lo que es químicamente cierto es que ese riesgo no existe con los alimentos orgánicos. Además la fertilización y el uso de plaguicidas en la agricultura ecológica se realiza con productos también de origen orgánico. Está, entonces, en juego no solo la composición química objetiva de los productos, sino el valor agregado del atributo de pureza o salud.
En una visión holística del futuro de la humanidad, los alimentos orgánicos deberían ser la lógica alternativa para asegurar una vida sin contaminantes químicos. En una visión tecnocrática y utilitaria de los bienes de la tierra tal objetivo no existe: la humanidad debe comer y punto. Sin embargo, hay un punto intermedio como en toda búsqueda de la verdad: la carrera por alimentar con menos tierras y ahorro de agua a más seres humanos es parte de la lucha contra la pobreza. Si los alimentos orgánicos no pueden alimentarlos en corto plazo, ¿cómo les damos de comer sin destruir la vida y la naturaleza?
La República, 13/09/2008

No hay comentarios: